domingo, 21 de diciembre de 2014

Cuento de Navidad

Érase una vez una bruja mala, que vivía en un pueblo muy lejano.
En ese pueblo, también, vivía un niño con autismo.
La bruja creía que el niño podría hacer todo lo que hacen los demás niños y no sabía que el niño no sabía cantar.
Un día la bruja se encontró con el niño y le obligó a cantar, y le obligó y le obligó; le amenazó con castigarle si no cantaba.
El niño se enfadó, no entendía por qué esa persona mayor que vivía en el mismo pueblo no conocía las cosas que él no podía hacer.
El niño fue a buscar a su madre y cuando la vio se tranquilizó. Pero, con tan  mala suerte que en el camino de ida a casa se encontraron con la bruja.
El niño, al ver a la bruja, gritó y protestó; en un momento de miedo, dio una patada al aire, su madre estaba detrás viéndolo todo.
Y en ese momento pasó...La bruja se tiró al suelo, enviando a la madre una mirada desafiante.
El niño ni la había tocado, pero, ella lo denunció a las autoridades. El niño merecía un castigo.
En un primer momento se reunieron los vecinos del lugar para pensar cuál era el castigo que debía recibir el niño; pero, un hada buena dijo que debían ir todos a descansar y tranquilamente, al día siguiente, decidirían qué hacer con aquella situación. 
La madre esperó con impaciencia el periodo de reflexión, no comía, no dormía por la gran preocupación que sentía.
Al día siguiente, tanto la madre como el niño esperaban el castigo, pero cual fue su sorpresa que las autoridades decidieron que el error fue cometido por la bruja, y  debía pagar por ello.
Al mismo tiempo, la bruja decidió no pasar por el pueblo, durante dos semanas, alegaba que estaba magullada por la paliza recibida, de hecho decía que no podía hacer ninguna tarea, que tenia hematomas de los puñetazos que le habían dado; para corroborar su teoría se dedicó a contar a todos los vecinos el estado en el que estaba...
La bruja, con sus artes malignas, manipuló a todos. Los vecinos del pueblo creyeron todo lo que ella decía y comenzaron, sobre todo los amigos de ella, a acosar a la madre. Creían que ella había convencido a las autoridades para que castigaran a la bruja.
La madre soportó estoicamente las miradas, gestos y comentarios de los vecinos; pudo hacerlo gracias a sus dos amigas que la querían y la animaban.
La bruja, que era muy mala, intentaba lavar su imagen ante las autoridades, hacía buenas acciones, se portaba bien con los pequeños, hasta simulaba conocer las características de los niños con autismo. 
Llegó a tener tan buena imagen que, en un acto público, los vecinos aplaudieron su buen hacer; aplaudieron todos menos la madre.
Parecía que la bruja había ganado la batalla, pero como en todos los cuentos, los malos siempre quedan mal parados.
La bruja tuvo que decir que estaba embarazada, ocultaba su tripa, pero los vecinos se enteraron de los meses que llevaba de gestación; en el momento de la supuesta paliza, si hubiera ocurrido lo que ella contó habría perdido a la criatura que llevaba en su vientre...
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

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